jueves, 15 de mayo de 2008

ADIOS A UN GRANDE

Esta semana con 93 años de edad nos dejó el gran ADOLFO ABALOS, pianista increible y pionero de ese instrumento en nuestro folklore argentino.Tengo muchos recuerdos con los Abalos,los domingos de asado con mi abuelo, yo enseñando en las escuelas como Los Hermanos Abalos fueron muy "modernos" en su momento, y mas...y mas abajo mas info de este grande...

Uno crea sobre lo que le pertenece, sobre aquello que es su raíz, su origen y su presente". Adolfo Abalos resumía su perfil de compositor con la misma síntesis con que componía. No se consideraba folclorista. "Soy músico", afirmaba. Por eso se sentía con autoridad para tocar tango, jazz, clásica y bossa. Si hasta se animó a componer una durante unas vacaciones que pasó en Bahía. Claro que establecía una distinción entre cualquier género musical y el folclore: "Ahí sí me considero bueno", destacaba.

La música lo acompañó desde muy chico. Su abuelo materno, restaurador de obras de arte, era flautista aficionado. Su madre, esposa del primer odontólogo matriculado de Santiago del Estero, optó por el piano. "Y tocaba muy bien", resaltaba Adolfo, el segundo de sus hijos. No fue casual, entonces, su inclinación por el mismo instrumento, aunque sin más interés que el que se le puede dar a un pasatiempo.

El segundo de los Hermanos Abalos, sucesor de Napoleón Machingo, y antecesor de Roberto, Víctor Vitillo y Marcelo Machaco, nació el 14 de agosto de 1914 en Buenos Aires. Se recibió de farmacéutico en Tucumán y regresó a su ciudad natal para iniciar la carrera de Bioquímica. Sin embargo, la vocación académica pronto cambió de dirección.

"Napoleón y Adolfo: Pianistas. Especializados en Folclore del Noroeste". Sin demasiada sofisticación publicitaria, los dos hermanos mayores se lanzaron en 1938 a la conquista de la escena porteña. O, para que suene presuntuoso, se largaron a recorrerla. La cuestión es que apenas un año después ya habían tocado en la Biblioteca del Consejo de Mujeres, en Radio El Mundo, Radio Belgrano y, en 1941, el musicólogo James Doyle los contrataba, ya con el quinteto a pleno, para su primera experiencia en los EE. UU.

Lo que vino después es historia bastante conocida. Los hermanos Abalos se convirtieron, a lo largo de las décadas, en un ícono de la música folclórica. Y entre los cinco, Adolfo fue siempre destacado como el alma del grupo, el cerebro musical, la síntesis (una vez más) de la hermandad Abalos.

El pianista, compositor, músico y bailarín, resumía su rol de manera casi pedagógica: "Era llevar al piano lo que sabíamos cantar. Todo al piano, porque es un instrumento imitativo de todo". Y lo traducía en su particular swing en el momento de tocar.

Cada presentación de los hermanos Abalos se convertía en una especie de fiesta que rara vez no incluía una lección de zapateo y danza. A pesar de vivir desde 1970 en Mar del Plata, en esas celebraciones, siempre desde el piano, Adolfo ponía en juego la esencia del folclore argentino, pero con ancla en su provincia. "Es que Santiago es el epicentro del folclore nacional", decía.

La última actuación del grupo, en la edición 1997 del Festival de Cosquín, abrió para Adolfo el camino para cumplir con una asignatura pendiente. Una lista interminable de giras por América Latina, Europa, Japón y Estados Unidos, actuaciones en teatros del más alto nivel, incluido el Colón, en el que festejaron los 50 años de trayectoria, ya eran pasado. También pasaba a formar parte del archivo aquella noche de 1951 cuando en un bar neoyorquino, mientras tocaban un escondido en estilo de jazz, subió al escenario, trompeta en mano, Louis Armstrong, para zapar con los folcloristas. Por primera vez tenía plena libertad para afrontar proyectos solistas sin el condicionamiento del quinteto. Atrás había quedado la experiencia del grupo Abalos-Gordillo, junto a su esposa, Nancy Gordillo, y sus hijos: Nancy, Marina, Amílcar y Giselle. También formaba parte del recuerdo el espectáculo, con temas tocados a seis manos, que habían creado junto a Horacio salgán y Enrique Mono Villegas, de cuya amistad quedó el piano que el jazzero le dejó a Marina.

Había llegado el tiempo del Adolfo Abalos solista, y el resultado tomó la forma de El piano de Adolfo Abalos, un CD que reúne zambas, chacareras, chamamés, un gato, un carnavalito y dos tangos, más un vals de Andrés Chazarreta. El trabajo, editado en 2000, es una referencia obligada a la hora de hablar de folclore argentino en piano. Nostalgias santiagueñas , Zamba de mis pagos funcionaban como hilo conector con el repertorio de Los Hermanos, que incluía entre otros a la Zamba de los yuyos, El gatito de Tchaicovsky, la Chacarera del rancho y Casas más, casas menos, un clásico de la banda.

Pero en El piano de Alfredo Abalos aparece la musicalidad del pianista casi al desnudo y también su interés en explorar más a fondo terrenos que habían quedado en sala de espera. "Tengo tantos proyectos", decía poco antes de presentarlo en vivo. Los dos tangos que incluyó en el registro son apenas la punta de un iceberg que casi por razones de apariencia no se había animado a mostrar del todo. "Tenía varios tangos compuestos, que me los grabaron otros músicos, pero en aquellos tiempos quedaba mal que un folclorista hiciera tangos", confesó en alguna entrevista a fines de los '90.

No había terminado de mostrar su nuevo material cuando ya anunciaba: "Si a este disco le va bien, voy a hacer otro". Al disco le fue bien, y Adolfo puso nuevamente manos a la obra. Cumplió 90 y poco después los años le empezaron a pasar factura y se fue apagando, hasta ayer a la mañana cuando dijo basta. A Adolfo Abalos lo velan hasta el mediodía de hoy en 3 de Febrero 3636, en Mar del Plata. A las 16, será inhumado en el Panteón de SADAIC, en el Cementerio de Chacarita

Pero aún hay mucha música de Adolfo Abalos por descubrir. "El material para el segundo volumen de El piano... está grabado desde hace unos tres años", cuenta su hijo Amílcar. Además, comenta que existe una grabación en vivo y una Colección de tangos famosos que nadie conoce. "Serán unos 50 temas los que aún no fueron editados", calcula y le da entidad al presagio que alguna vez aventurara Adolfo: "Sé que mis composiciones me van a sobrevivir".

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